(2) UNA MUJER ITALIANA, de Giuseppe Bertolucci.
REENCUENTRO CON EL PASADO
Su título original es Oggetti smarriti y nada tiene que ver con Bernardo Bertolucci, aunque su realizador es el hermano menor del autor de Novecento (1976).
Aclaradas estas premisas informativas, entro en materia diciendo que Una mujer italiana es un producto situado en la línea bertolucciana: burgueses en crisis, brillante planificación, amplios movimientos de cámara, etc. Pero sin la madurez del maestro y que también nos remite al cine de Antonioni años 60, el de la angustia existencial y la incomunicación. El espacio dramático es una estación ferroviaria, la de Milán, donde coinciden casualmente una mujer y un hombre que huyen de sus respectivos universos familiares y profesionales. Ella (Mariangela Melato) abandona al marido, amante, hija y madre, es decir, todo un orden convencional que considera insoportable, incluyendo el apego a un confort basado en la propiedad.
Hay una serie de flashbacks que nos muestran los inocentes juegos infantiles de la protagonista con el hombre que acaba de encontrar: una ingenua contraposición entre la felicidad de antaño y la neurosis actual. Pero esta rebeldía contra un modo de vida estandarizado y cosificado, intentando recobrar la libertad y pasar de ser objeto a sujeto fracasa en Werner (Bruno Ganz), que acaba suicidándose.
La estación de ferrocarril, mostrada a lo largo de 24 horas, se configura como un microcosmos poblado por gentes marginales y vulgares, presentadas en tono esperpéntico, en contraste con el drama y la soledad de los protagonistas, que fracasan en todas aquellas actividades —sexo, droga, baile, alcohol— con que pretenden llenar su vacío interior.
Las intenciones de Giuseppe Bertolucci aparecen bastante claras, pero la película no acaba de convencer por un exceso de pretenciosidad, por subrayar de forma literaria y reiterativa aquello que las imágenes ya muestran por sí mismas. Y así, los actores realizan una serie de gestos cuyo sentido no siempre tiene la funcionalidad dramática requerida y sus personajes deambulan interminablemente como zombies a lo largo del tiempo y del espacio.
Una mujer italiana es, por tanto, la obra de un discípulo de Antonioni y de Bernardo Bertolucci. De un discípulo que carece aún de la maestría narrativa de sus modelos.
José Vanaclocha
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