(3) EL AMOR DE SWANN, de Volker Schlöndorff.
UN APASIONADO AMOR PROHIBIDO
De nuevo, como Bajo el volcán (1984) de John Huston o La historia interminable (1984) de Wolfgang Petersen, se le plantea al crítico la cuestión de si ha de valorar la película en relación con el material literario original o como un producto autónomo. Creo que Schlöndorff ha realizado un trabajo muy estimable, aun reconociendo la singularidad de la monumental obra de Marcel Proust (1871 – 1922), un testigo excepcional de la vida mundana y cultural de la Belle Epoque, quizá un pionero de la novela psicológica, descubridor del llamado “tiempo interior”, y considerado un revolucionario de las letras como lo fuera después James Joyce.
El amor de Swann toma sólo algunos aspectos de En busca del tiempo perdido, serie de relatos que hace bastantes años me dejaron fascinado al constatar la sutileza y la complejidad que eran capaces de expresar los interminables párrafos proustianos, en una síntesis magistral de tiempo pasado —recuerdos—, presente y futuro —imaginaciones, deseos, temores—. En el proyecto fílmico ya habían fracasado Visconti y Losey. Schlöndorff ha utilizado con bastante libertad el material original, centrando su atención en las atormentadas relaciones entre Charles Swann (Jeremy Irons) y Odette de Crécy (Ornella Muti), mostrando la singular pasión del primero por la misterosa, esquiva y bella dama, diseccionando los sentimientos enfermizos del hombre que se debate entre la necesidad de saber sobre su amada y el miedo a descubrir la verdad, entre los celos y un cierto regusto patológico por comprobar sus anteriores relaciones lésbicas y su actividad como prostituta de lujo.
Pero la película va más allá de la mera anécdota individual y traza un retrato sugestivo de la burguesía y de la aristocracia parisinas de finales del siglo XIX y principios del XX, unas clases sociales que todavía mantenían su hegemonía y que pactaban entre ellas para sobrevivir —matrimonios concertados—, que llevaban una existencia entre la hipocresía y un epicureísmo militante, y donde cierto Romanticismo crepuscular corría parejo a un esteticismo decadente. Schlöndorff ha reflejado todo esto sirviéndose de unos decorados y vestuarios fastuosos, pero marcando sutilmente el contraste con el “realista” mundo de los criados, quienes frente a las sublimes pasiones y anhelos de sus amos, se limitan a empinar la botella, a mirar lujuriosamente a sus amantes o a recoger discretamente las cacas de los caballos.
La puesta en escena es primorosa y aplicada, con recurso a los flash-backs y a la narración en 1ª persona —voz en off del protagonista, verdadero centro conductor del relato— como forma de expresar la importancia fundamental del recuerdo, sin la complejidad y minuciosidad de la novela, pero de una manera coherente y funcional.
Lo más discutible, a mi juicio, es el epílogo, en el que el maduro Swann, casado ya con Odette, comenta con el barón los hechos del pasado, en una especie de recopilación verbal aclaratoria de cuanto ha ido sucediendo en su vida, lo que gratificará a más de un espectador cómodo, pero a costa de mermar la magia y la fascinación que el relato poseía por sí mismo, sin apostillas reflexivas, aun cuando este añadido permite adivinar la postura crítica del cineasta: la constatación del cinismo dominante, la calculada rentabilidad de la sensualidad por Odette, la futilidad de las grandes pasiones vistas con la perspectiva de los años o la incapacidad de adaptación a los nuevos tiempos.
José Vanaclocha
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