(3) FANNY PELOPAJA, de Vicente Aranda.

ESPIRAL DE VIOLENCIA
No voy a entrar a debatir la cuestión de si existe o no en España una genuina novela negra y un correlativo cine negro adaptado a las peculiaridades de nuestro país. Lo cierto es que Vicente Aranda, asiduo y hábil adaptador de obras literarias a la gran pantalla, ha realizado un trabajo muy meritorio al trasladar al cine la novela Prótesis de Andreu Martín, tras una ardua elaboración el guión y la introducción de cambios importantes —por ejemplo el protagonista aquí se convierte en mujer—.
Los personajes de esta crónica policíaca y criminal tiene verosimilitud, están alejados del maniqueísmo habitual de gran parte de este tipo de relatos y participan plenamente de las características del mejor thriller, por cuanto sus motivaciones van más allá de la mera ambición material al ser impulsados de forma violenta por resortes psicológicos que van de la adicción de estupefacientes y el sexo prohibido a la venganza y la locura.
Sin duda, estamos antes frente a un relato de corte literario que ante un documento realista sobre los bajos fondos de Barcelona, ambientes que funcionan como telón de fondo que da coherencia a los tipos humanos y a sus acciones. Este carácter de ficción viene determinado además por la estructura de la narración, una serie de flashbacks comentados en off por una tercera persona, y por la presencia de factores extraordinarios, más allá de la cotidianeidad, como es la permanencia en el manicomio tanto del policía como de Fanny.
Los delincuentes, el atraco, el policía corrupto… vienen a configurar lo que realmente es el núcleo del film: una perversa historia ambivalente de amour fou, una relación ambigua y contradictoria en la que pasión y odio aparecen entremezclados, en la que la venganza es sólo una manera de volver a encontrarse los amantes/enemigos, siendo precisamente la cama el lugar donde se consuma el asesinato del expolicía, ahora guardia de seguridad, a su vez asesino, por celos, del amante de la protagonista.
Resulta admirable la labor de Aranda, entre cuyas virtudes alguien ha señalado las de pulcritud, meticulosidad, pasión, fidelidad y fiabilidad, que ha sabido sacar el máximo rendimiento de los actores, que ha planificado y montado las secuencias con un rigor insólito en el cine español, que ha enriquecido a los personajes con anotaciones de orden sociológico y que ha sabido combinar la enorme violencia de las acciones y la crudeza de los diálogos con oportunas elipsis narrativas, compensando así la dureza de un relato que corría el peligro de extralimitarse artificiosamente en cuanto a sadismo y perversidad.
Suscribo, pues, la opinión del crítico José Luis Guarner: “Una flor rara, maléfica y de un atractivo tenaz en el desesperadamente insípido jardín del cine español de este año”.
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