(3) MACBETH, de Justin Kurzel.

AMBICIÓN Y DESTINO
Aparte de algunas importantes películas inspiradas en el Macbeth de William Shakespeare, suelen citarse como versiones fílmicas más ajustadas a la obra del genial dramaturgo inglés las de Orson Welles (1948), Roman Polanski (1971) y un telefilm de Arthur Allan Seidelman (1981), con Jeremy Brett y Piper Laurie, que no logré ver en su lejano y fugaz pase de madrugada por la entonces TVE-2. Mención aparte merecerían las óperas que, a partir de esta obra, compusieron Giuseppe Verdi (1847) y Dmitri Shostakovich (1934).
El Macbeth de Justin Kurzel, segundo largometraje de este cineasta australiano, sobre la sangrienta y enloquecida peripecia biográfica del militar y noble escocés se presenta como una mezcla de ambición y de destino, como una fatal combinación entre la incontrolable ansia de ocupar el trono del legítimo rey —impulsado por la codicia de su esposa— y la predicción de los acontecimientos —una especie de legitimidad profética— efectuada por el trío de hechiceras. Aunque modernamente se ha aludido también a la extraviada conducta de Macbeth como una consecuencia del stress post-traumático sufrido a causa de las violentas batallas en la guerra civil que inicia el relato.
Situada la tragedia en una remota Alta Edad Media, lo que hace de este Macbeth una interesante película es la acertada y sugerente mezcla entre la interpretación naturalista de Michael Fassbender y de Marion Cotillard —lejos de la afectación teatral con que suelen representarse en verso los personajes históricos— y el uso sistemático de exteriores naturales en el rodaje —siete semanas en las heladas y brumosas tierras altas escocesas, en pleno invierno—, contrastando los planos generales de los amaneceres lluviosos con los primeros planos de los actores, adaptando la foto sombría con que se retrata el drama a la iluminación natural —la tenue luz solar o el resplandor de las velas en interiores—, sin olvidar la función dramática desempeñada por el color rojo: el incendio del bosque, la sangre en la cadena de asesinatos, los amaneceres.
Pese a la existencia de pequeños cortes, se ha respetado el texto original que, como casi siempre, concluye con el restablecimiento de la justicia dinástica y la paz pese a que aquí el final posea cierta ambigüedad al respecto. Aciertos cinematográficos aparte, no olvidemos que lo realmente valioso en Shakespeare es la sublime fuerza poética de su verbo, la belleza de unas frases llenas de ricas alegorías, la solidez con que expresa las pasiones así como su capacidad de síntesis para la descripción de los acontecimientos.