(1) 2 FRANCOS, 40 PESETAS, de Carlos Iglesias.

SAINETE EN EL EXILIO
El actor Carlos Iglesias logró desprenderse del encasillamiento en su papel de Benito, un albañil chapucero de la popular serie de TV Manos a la obra, debutando como guionista y director en un film convertido ya en un clásico. Un franco, 14 pesetas (2006), imprescindible homenaje a la figura del emigrante español de los años 60 del pasado siglo, destilaba autenticidad en todos sus planos tanto por el carácter autobiográfico del relato como por ser fiel reflejo de los avatares que sufrieron los millones de personas que se vieron obligados a salir de su país para labrarse un futuro mejor en la Europa más próspera. La comparación, en clave de humor, de las dos mentalidades y culturas existentes en el film —la moderna, rica y liberal Suiza frente a la tradicional, pobre y represiva España de entonces—, atrajo abundante público y cosechó entusiastas críticas de la prensa especializada, que alabó un cine popular hecho con honradez y profesionalidad.
Desgraciadamente, el regreso a la gran pantalla de Martín, su mujer Pilar y su hijo Pablo, transcurridos ocho años de su exilio económico, no alcanza el nivel de aquel emotivo relato cargado de acertada crítica social y de marcado tono neorrealista. Eliminado el factor sorpresa, 2 francos, 40 pesetas da un giro hacia la comedia más ligera, rebosante de luminosidad y buen rollo, mediante el despliegue de la idiosincrasia puramente española en un contexto extranjero y su inevitable confrontación. Además, el carácter coral de la película diversifica en exceso las tramas permitiendo incidir en numerosos tópicos del imaginario cañí pero diluyendo el argumento principal: el contraste entre los que volvieron a España a finales del franquismo pero las pasaron canutas en un país inestable política y económicamente, y los que se quedaron fuera de nuestras fronteras desarraigados en una tierra que los trató como foráneos y en la que tampoco ellos fueron capaces de integrarse del todo.
Sí hay contextualización, pero simples brochazos: crisis del petróleo en pleno desarrollismo, cierta apertura al exterior simbolizada en el InterRail, el movimiento hippie como liberación frente al conservadurismo de entonces, el nacimiento de una precaria clase media que abre las puertas a una futura sociedad de consumo, etc. Aún así, los personajes aparecen más desdibujados, casi caricaturizados, que en la anterior entrega, siempre en busca del efecto cómico.
El resultado, en definitiva, es un divertido pero insustancial sainete basado en encuentros y desencuentros, equívocos y casualidades, que no está a la altura de la citada predecesora. Entretendrá a la audiencia pero no convencerá pues carece del rigor con que se mostró el fenómeno migratorio español y sus consecuencias en Un franco, 14 pesetas.