(2) BONSÁI, de Cristián Jiménez.

AMOR, LIBROS Y PLANTAS
Basado en el relato homónimo del escritor y poeta Alejandro Zambra, el segundo largometraje del chileno Cristián Jiménez elabora un entrañable homenaje a la creación literaria y a la figura del escritor. De la mano de un joven licenciado que, impulsado por el desasosiego y la nostalgia, rememora un romance de su época de estudiante para redactar su primera novela, Bonsái configura una historia de amor y literatura contada en dos tiempos, narrada mediante montaje paralelo, en el que se refleja el fértil juego entre realidad y ficción, poniendo en evidencia la etérea frontera que separa ambos conceptos aparentemente contradictorios.
Imbuido por el espíritu de Marcel Proust y su prolífica obra como telón de fondo, el protagonista inicia a través del fluir de su conciencia la búsqueda de ese tiempo perdido que significó su amor post-adolescente, reformulando su vida bajo el prisma de la ficción. Ello explica, por una parte, el aparente desorden narrativo, con numerosas rupturas espacio-temporales, y el recurso a la voz en off como medio de distinguir entre el Julio narrador y el Julio protagonista. Por otra parte, también explica las numerosas alusiones a libros o autores clásicos de las letras, en un marcado paralelismo entre vida y arte: ambos interactúan formando una especie de dualidad universal. Como el yin y el yang, las dos fuerzas fundamentales opuestas y complementarias, la vida se ve reflejada en el arte y el arte refleja la vida.
Sin embargo, el armazón teórico de Bonsái acaba devorando la parte vital del relato, la relacionada con la experiencia humana de los personajes, hasta el punto reducirse a un mero ejercicio estilístico. El realizador se abstiene de contar la historia de lo que realmente pasó entre los protagonistas para centrarse en la representación de sus relaciones físicas, centrándose en el cuerpo para dejar de lado el alma. El retrato de la pareja y su lento declive está escasamente perfilado. Además, la dirección de actores los convierte en personajes planos, sin matices, casi irreales. No se profundiza en su mundo interior ni muestran pasión alguna. A ello se le añade un ritmo aletargado y artificioso que recuerda a la lectura de un libro más que a la visualización de una película: de hecho su estructura por capítulos así lo enfatiza.
Concluyendo, podría afirmarse que Bonsái es un film realizado con sensibilidad artística, virtud que ha sido reconocida en diversos festivales internacionales —Premio Fipresci a la Mejor Película del Festival de Cine de La Habana 2011—, pero no emociona ni aporta lección vital digna de mencionar.