(3) AFTERGLOW, de Alan Rudolph.

CRÓNICAS DEL DESAMOR
El último film de Alan Rudolph, un realizador de irregular trayectoria que se convirtió en cineasta de culto tras sus inicios con Elígeme (1984) e Inquietudes (1985), viene a demostrar, una vez más, que lo que realmente importa en el cine no son los argumentos, algunos de ellos de lo más vulgares, sino las formas de expresión, lo que se conoce como estilo narrativo.
Afterglow es una película fascinante, nada moralizante, que se estructura en torno a la idea de la infidelidad conyugal, que funciona como catarsis y da pie a un desenlace feliz en el que las cosas vuelven a su cauce normal como coherente colofón del cuento moral que es el relato. Como antecedente habría que buscar el tema de la incomunicación de la pareja que acuñó el cine de Antonioni, pero estilísticamente habría que pensar en el Losey de sus años de madurez, con aquellos precisos guiones basados en encuentros y separaciones de personajes, diálogos de gran calidad literaria, encuadres visualmente sólidos y expresivos y una dirección de actores portentosa, aquí con una maravillosa Julie Christie y un eficaz Nick Nolte.
Un cine, pues, de primera calidad construido básicamente en torno a situaciones y diálogos, elaborado con un lenguaje moderno que logra combinar la sutileza y el rigor expresivo y que aborda el referente de la crisis matrimonial de forma especialmente lúcida y profunda gracias a un cierto distanciamiento narrativo que convierte las anécdotas en categorías de dimensión universal en virtud del alcance metafórico de los signos utilizados.
No me han gustado, no obstante, las rupturas de tono y de estilo que suponen las dos escenas en que se acelera el ritmo de las imágenes, una condensación del tiempo para mostrar unos actos simplemente cotidianos, pero todo lo demás me parece relevante en esta película ambientada en Canadá —un Montreal que permite emplear expresines bilingües en inglés y en francés— empezando por una sólida base industrial que integra gracias a su productor Robert Altman la excelente fotografía de Toyomichi Kurita, la funcional música de Mark Isham y unos magníficos decorados que retratan perfectamente no solo la clase social sino también la psicología de los personajes, sin olvidar las hermosas y emotivas canciones que, como es costumbre últimamente, se han integrado en la banda sonora.